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domingo, 29 de mayo de 2016

TRES HERMOSOS POEMAS DE JOSÉ MARTÍ

LA NIÑA DE GUATEMALA




Quiero, a la sombra de un ala,

Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.



Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.



...Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.



Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.



...Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.



Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en mi vida!



...Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.



Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.



Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!





YO SOY UN HOMBRE SINCERO




Yo soy un hombre sincero 
De donde crece la palma, 
Y antes de morirme quiero 
Echar mis versos del alma. 

Yo vengo de todas partes, 

Y hacia todas partes voy: 
Arte soy entre las artes, 
En los montes, monte soy. 

Yo sé los nombres extraños 

De las yerbas y las flores, 
Y de mortales engaños, 
Y de sublimes dolores. 

Yo he visto en la noche oscura 

Llover sobre mi cabeza 
Los rayos de lumbre pura 
De la divina belleza. 

Alas nacer vi en los hombros 

De las mujeres hermosas: 
Y salir de los escombros 
Volando las mariposas. 

He visto vivir a un hombre 

Con el puñal al costado, 
Sin decir jamás el nombre 
De aquella que lo ha matado. 

Rápida, como un reflejo, 

Dos veces vi el alma, dos: 
Cuando murió el pobre viejo, 
Cuando ella me dijo adiós. 

Temblé una vez, —en la reja, 

A la entrada de la viña— 
Cuando la bárbara abeja 
Picó en la frente a mi niña. 

Gocé una vez, de tal suerte 

Que gocé cual nunca: —cuando 
La sentencia de mi muerte 
Leyó el alcaide llorando. 

Oigo un suspiro, a través 

De las tierras y la mar, 
Y no es un suspiro, —es 
Que mi hijo va a despertar. 

Si dicen que del joyero 

Tome la joya mejor, 
Tomo a un amigo sincero 
Y pongo a un lado el amor. 

Yo he visto al águila herida 

Volar al azul sereno, 
Y morir en su guarida 
La víbora del veneno. 

Yo sé bien que cuando el mundo 

Cede, lívido, al descanso, 
Sobre el silencio profundo 
Murmura el arroyo manso. 

Yo he puesto la mano osada, 

De horror y júbilo yerta, 
Sobre la estrella apagada 
Que cayó frente a mi puerta. 

Oculto en mi pecho bravo 

La pena que me lo hiere: 
El hijo de un pueblo esclavo 
Vive por él, calla y muere. 

Todo es hermoso y constante, 

Todo es música y razón, 
Y todo, como el diamante, 
Antes que luz es carbón. 

Yo sé que al necio se entierra 

Con gran lujo y con gran llanto,— 
Y que no hay fruta en la tierra 
Como la del camposanto. 

Callo, y entiendo, y me quito 

La pompa del rimador: 
Cuelgo de un árbol marchito 
Mi muceta de doctor.





A LA PALABRA



Alma que me transportas:
Voz desatada
Que a las almas ajenas
Llevas mi alma;
Cinta, cinta de fuego
Que pura y rauda
A los sueltos humanos
Alegras y atas; -
Pastora, y pastorcilla
Enamorada,
Que junto al blanco y húmedo
Rebaño canta;
Arabe, árabe fiero -
Que en su dorada
Hacanea parece
Volante llama; -
León, león rugiente
De la montaña
Que como alud de oro
Al valle baja,-
Y en el villano impuro
La garra clava,-
Y en el dormido alumbra
El sol del alma; -
Lira, lira imponente
En la más alta
Cúspide de la tierra
Serena, alzada,-
En dos troncos de robles
Corvos las blandas
Cuerdas mordiendo, y trenzas
De rosas blancas
De los hilos sonoros
Sueltas al aura,
Cantando con pasmosas
Hercúleas cántigas,
De los dioses del cielo
Y tierra hazañas,
Y en himnos sin medida,
Como las almas,
Esparciendo a las nubes
La esencia humana,
Que en lento giro asciende
De la batalla





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